Podría decirse que Piedad Bonnett (Amalfi, Antioquia, Colombia, 1951) alberga todo el dolor del mundo en sus ojos, la fortaleza que la mantiene en pie, los silencios necesarios y sus manos, que son capaces de hacer que de las palabras más oscura reluzca la belleza. Licenciada en Filosofía y Letras por la Universidad de los Andes, donde ejerce como profesora desde 1981, no solo se queda en su faceta más conocida, la de poeta (“poeta por encima de cualquier cosa”, se define ella en las entrevistas), sino que también ha publicado novelas y obras de teatro. Pero todas ellas giran en torno a lo mismo: la herida y la ausencia. De hecho, no teme en afirmar en su obra Explicaciones no pedidas, XI Premio Casa de América de Poesía Americana (2011): “Los poetas tenemos una belleza extraña que atrae y que repugna.”
Posee la maestría de transmitir a través de metáforas preciosas el dolor más estremecedor pero, en el fondo, siempre hay una luz: siempre reluce la belleza. Su obra nos posibilita digerir la vida a través de lo oscuro e incómodo. Sin embargo, hay un antes y un después en todo ello: el suicidio de su hijo Daniel, que narra en su novela Lo que no tiene nombre (2013), que sigue resonando y de manera más colectiva en relación al momento que atraviesa su país, en sus dos últimos libros publicados: el poemario Los habitados (2017) y la novela Donde nadie me espere (2019).
Los galardones se amontonan en su biografía, al igual que sus poemas traducidos al italiano, francés, sueco, griego y portugués. Defiende que “escribir desde las tripas es algo femenino” y esto se plasma en cada uno de sus poemas, ya aborde su linaje (Las herencias) o sucesos de actualidad, sueños y escenas cotidianas (Explicaciones no pedidas). No podíamos dejar pasar la ocasión en Entrenovistas de entrevistar a una Maestra como ella, admirable como escritora y persona.
¿Cuál de todos tus libros publicados consideras «tu niña/niño bonito»? ¿Cuál es el preferido, el que consideres más honesto o rescatarías si te dijeran en un apocalipsis que todo va a desintegrarse y solo puedes llevarte uno contigo a un búnker?
El libro de mis entrañas es Lo que no tiene nombre, por todo lo de dolor y recuperación que significó escribirlo, y también por lo que sucedió con él después de publicado: multiplicó el número de mis lectores y me comunicó con ellos de un modo muy intenso y especial. Trato de ser honesta siempre, en todos mis libros, con todas las complejidades que encierra esa palabra en literatura.
Háblanos un poco de la diferencia de trasladar el dolor a través de la poesía y de la narrativa. ¿Se afronta de manera diferente al escribir? ¿Cómo se arma la estructura (los cimientos) de una de tus novelas con todo el dolor que transmites y que sabes que te va a llevar escribirlas?
Creo que el proceso es muy distinto. En una novela como Lo que no tiene nombre narrar hechos dolorosos aviva la pena, es volver al dolor enfrentándolo en toda su crudeza. En el poema, el lenguaje simbólico es, hasta cierto punto, más “salvador”: la mente se concentra en las imágenes, en el poder de lo metafórico, de modo que el lenguaje es n catalizador, un intermediario, y el dolor se remansa. Así es, al menos, como lo viví yo.
¿Nombrar el dolor, escribir sobre ello, te ayuda a convivir con él o a resistir? ¿Te causa dolor el proceso de escritura de algunos poemas? ¿Están escritos en el momento del dolor o con la distancia del tiempo?
Me ayuda a resistir. De hecho, creo que es un recurso de supervivencia. Por supuesto, el dolor no se anula: está ahí, enviando sus señales, y de alguna manera es el que genera la intensidad de las palabras. A menudo escribo con el dolor en carne viva. No soy de las que necesita decantación del dolor para escribir.
¿Consideras que el lenguaje del que disponemos es suficiente para hablar del dolor? ¿Tendríamos que crear un nuevo lenguaje para describirlo sin tener que recurrir a metáforas, analogías… en la poesía?¿Crees que el uso de los recursos estilísticos para hablar del dolor hace que los demás le resten importancia al ser algo que no se ve?
Comienzo por la última parte de la pregunta: yo creo que, cuando el poema es bueno y ha querido transmitir el dolor, logra conmover a los lectores. De eso se trata. Y no, no creo que haya que crear un nuevo lenguaje para hablar del dolor, si por eso nuevo entendemos un vocabulario distinto. Por lo demás, un poema es siempre un ejercicio de renovación de lenguaje, a menos que sea un poema pobre, que acuda a cosas muy dichas, que no revele nada nuevo.
¿Cuáles consideras tus Maestras literarias? ¿Qué te han aportado?
Son varias. De Rosario Castellanos aprendí el trato poético con lo cotidiano. De Blanca Varela la contundencia de la voz, su fuerza, a pesar de su tremendo hermetismo. Y de Wistawa Szymborska la capacidad de hablar de lo trascendente a través de lo aparentemente intrascendente.
La vida ha sido muy dura contigo y ahí estás, resistiendo y dando cuenta de ellas. Te admiramos. Admiramos tu estoicismo, tu capacidad de que el sufrimiento no te cegue. ¿Cómo se hace eso?
Gracias por esas palabras. Yo creo que el dolor ha sido para mí un largo aprendizaje. Fui una niña frágil, hipersensible, que tuvo que afirmarse para no sucumbir al desasosiego y a las inseguridades, y que encontró en la literatura una muleta. También he tenido que bregar con una salud frágil, porque somatizo mis emociones. Y diez años de ver sufrir a mi hijo me hicieron fuerte sin que me diera cuenta.
¿Te consideras feminista? ¿Qué lugar crees que debe desempeñar la reivindicación feminista en el mundo de la literatura y en la sociedad en general?
Cada vez soy más feminista, aunque nunca he sido una militante visible. Pero creo que se ve en algunas de mis obras, sobre todo en las obras de teatro. Y en este momento escribo una novela donde el maltrato contra la mujer es relevante. Creo que es una tarea urgente, y que hay que usar todas las vías para cambiar mentalidades. La literatura es una de ellas, pero hay que saber hacerlo y no caer en lo panfletario.
María Mercedes Carranza con su escritura hace del dolor y la violencia en Colombia una experiencia íntima. Tu trabajo es el contrario: el dolor íntimo hacerlo público. Pero nos gusta cómo ambas rompéis esos límites entre lo privado/público ¿Está esto relacionado con vivir en Colombia, donde la violencia y el dolor han estado muy presentes?
Es duro convivir con la violencia política y social día a día. Podemos terminar adormeciéndonos. A veces nos invade el desaliento. A María Mercedes la violencia la tocó demasiado cerca: su hermano, amigos como Galán. Sin embargo creo que sus mejores poemas son los que nacen de sus vivencias más íntimas, del amor, el escepticismo, la conciencia de la naturaleza humana.
ANA CASTRO Y ALBA PÉREZ
Fotografía: ANDRÉS BO