Pilar Bellver es cercana y conversar con ella es un gustazo (tanto en la realidad como en lo virtual). Huye de los lugares comunes y mantiene un fuerte compromiso político. Reflexiona sobre la actualidad, sin olvidar de dónde venimos, quiénes son nuestras maestras y cuáles fueron nuestras conquistas y fracasos sociales. Leerla y hablar con ella siempre aporta nuevas perspectivas.
¿Cómo empezaste a escribir / qué lecturas te llevaron a la escritura?
No fueron las lecturas las que me llevaron a escribir. Desde el principio de la historia hasta apenas una generación o dos antes de la mía, no hubo escuela para las niñas, sólo para los niños ricos y después también para algunos niños pobres, pero no para las niñas. Y escribir no es como cantar, no se puede escribir si no te enseñan. Luego, cuando aprendes a leer, si no hay dinero para comprar libros, que son un artículo de lujo, tampoco hay libros.
Así que yo empecé a escribir cuando las mujeres en general tuvimos acceso a la escuela pública, o sea, empecé no gracias a una vocación, sino a una conquista social. Y tampoco empecé por gusto, sino por obligación: fue culpa de la señorita Celi (Marcelina) que nos mandaba redacciones. Ella me llamó aparte un día y me dijo que escribía muy bien y me preguntó si yo leía libros en mi casa, y le dije que no, que en mi casa no había libros y que yo no había leído nunca más que los de clase; después me preguntó si sabía que en el pueblo había una biblioteca, y le dije que no (yo tenía sólo 9 años y a esa edad no te sabes tu propio pueblo todavía), y entonces me dijo que la esperara esa tarde a la salida de clase porque íbamos a ir juntas a sacarme el carnet de la biblioteca. Eso hizo. Me llevó. Y durante los dos años más que estuvo destinada en mi pueblo (luego sacó la oposición y se marchó) me mantuvo engañada para poder regalarme libros: me dijo que a ella se los regalaban por ser maestra y que me los daba porque eran más para mi edad que para la suya. Todos los días nos mandaba en clase una redacción sobre un tema que se inventaba y cuando la chiquillería empezó a protestar porque todos los días una redacción era mucho, pasó a decir que todas eran voluntarias menos la que mandaba el viernes para entregar el lunes. Tardé en darme cuenta de que me las mandaba a mí sobre todo.
Por cierto, hay otro factor (y vuelve a ser un factor material, no subjetivo) que no se suele tener en cuenta y que he descubierto al pasar los años, y es que creo que también le debo el ser escritora al hecho casual de que aquella señorita Celi no estuviera casada ni tuviera marido ni hijos propios. Porque no sólo tuvo la voluntad, sino el tiempo libre suficiente para dedicarme a mí una parte.
Si te pudieras tomar un té con Virginia Woolf ¿de qué te gustaría hablar con ella?
Supongo que esperáis de mí una buena respuesta, pero, sinceramente, no tengo ni idea. Aunque algo sí sé: que no se me ocurriría ser yo quien dirigiera la conversación. No es que ya porque no me atreviese a preguntarle nada, sino porque mi mayor intriga pasaría a ser ver de qué se le ocurre hablar a ella. Si ella empieza algo, yo la sigo. Pero me da que no hablaríamos de literatura. De todos los temas posibles, ése sería para las dos (estoy casi segura o poco he llegado a conocerla) el más aburrido.
¿Hay otras escritoras sobre las que te gustaría escribir? ¿otros mitos clásicos que reescribir como Violación y Venganza?
Escribir sobre una escritora no fue idea mía, no se me habría ocurrido, fue una invitación de la editorial para participar, con un relato, en una antología. Y del relato surgió la novela. Podía elegir a la escritora y elegí a Virginia porque conocía bien su obra y su biografía y porque Virginia reunía, en su literatura y en su vida, casi todos mis intereses como escritora y como mujer. Siempre me he sentido cerca de ella. Hasta sabía que estuvo paseando por las calles de Granada donde ahora vivo. Pero no, no volveré a hacer con otra escritora semejante ejercicio de fundido entre realidad y ficción, entre su vida y su obra y la mía. No siento la necesidad.
Y en lo que se refiere a reescribir mitos clásicos, tampoco creo que vuelva a hacerlo, al menos de manera explícita, como en Violación y Venganza. Esa novela no sólo es la más larga que he escrito, y que escribiré seguramente, sino la más querida para mí y la que más tiempo me ha llevado resolver; y quizá por todo eso representa algo así como mi fondo de armario de escritora. Creo que no hay nada sobre lo que haya escrito o vaya a escribir que no esté ya al menos apuntado ahí. Es mi obra más rotunda, Y no va a tener secuelas tampoco.
¿Cómo vivió Pilar Bellver los años de la Transición? Nos puedes contar un poco como hace Bea en Comando Malva. No conocemos bien a aquellas mujeres y su lucha. ¡se nos ha vuelto a ocultar nuestra genealogía más reciente!
Pues os diré, para que os situéis, que tenía 14 años cuando murió Franco, 16 cuando legalizaron el PCE, dieciséis y medio cuando me apunté a sus juventudes porque era el partido más a la izquierdas que había en mi pueblo. Luego, a los 18, me fui a estudiar periodismo a Madrid y allí dejé el PCE y me convertí en militante muy activa del Movimiento Feminista, especialmente del CFML (Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid) y también me afilié al MC, Movimiento Comunista, aunque tiempo después, cuando tenía ya unos 26 años, dejé la militancia activa en el partido (no por motivos políticos, porque seguí siendo simpatizante, sino porque me pasaba la vida entera en reuniones y era agotador). Sé que ahora le llamáis activismo a lo que entonces se llamó militancia, y entiendo que no queráis usar esa jerga pseudomilitarista, pero tenéis que saber que la lucha radical en aquellos tiempos se pareció a veces a una guerra, tuvimos nuestros muertos en combate y desde luego había un ejército muy bien armado frente a nosotras. También ahora les llaman fuerzas y cuerpos de seguridad del estado (me niego a que lo escribáis en mayúsculas) a lo que siempre fueron Las Fuerzas Represivas.
O sea, sí, crecí durante la transición. La bautizaron así, pero, por seguir con la denuncia de los nombres-tapadera, no fue una transición, fue más bien una derrota y una traición. La derrota de las fuerzas radicales de izquierda, que entonces estaban muy vivas, a manos de una izquierda socialdemócrata y pactista con el régimen, ansiosa de llegar al poder aunque fuese al precio de enmudecer los voces del movimiento feminista (muy potente entonces), del sindicalismo de clase, del nacionalismo, del antimilitarismo, del republicanismo, del ecologismo… Y aquella derrota de unas y victoria de otros supuso un retraso de tres décadas en reivindicaciones tan básicas del feminismo como el derecho al aborto libre y gratuito, que por más que ya lo pedíamos así entonces a gritos no se alcanzó hasta julio de 2010 (la ley del PSOE de 1985, por hacer memoria, condenaba a la cárcel a todas las mujeres que abortaran, a todas, excepto si lo hacían en tres únicos supuestos: peligro para su vida, violación o malformación del feto); supuso sepultar reivindicaciones que estaban entonces muy vivas y que ni siquiera hoy hemos alcanzado todavía, como el referéndum popular sobre monarquía o república, el juicio a los asesinos del franquismo o el derecho a la autodeterminación de los pueblos de España.
La transición, con el argumento de que había un lobo acechando que nos iba a comer a todas, se pareció mucho a una gran traición porque consistió en sofocar una revolución democrática que en ese momento tal vez (digo tal vez) hubiera sido posible. Aquella fue una de esas coyunturas históricas cruciales que todo movimiento revolucionario tiene la obligación de saber analizar y aprovechar… y perdimos esa oportunidad.
Pero durante la transición no sólo se produjo una división entre la izquierda filocapitalista (así la llamo yo) y la izquierda real, sino que se produjo también una división entre los hombres de izquierdas y las mujeres de izquierdas. Las mujeres de izquierdas, las maestras de las que yo aprendí (que rondaban los 40 cuando yo tenía 20, gente como Empar Pineda, Montse Oliván, Justa Montero y tantas otras…) alumbraron por entonces un feminismo lúcido que comprendió que hacía falta un movimiento feminista plural, con organizaciones de mujeres propias y ajenas a los partidos mixtos, capaz de producir estrategias y pensamiento político propio sin el ruido protagonista de los hombres de izquierdas; a ellas les costó muchísimo convencer a sus compañeros de partido de que el feminismo no era un frente más de lucha, ni la liberación de la mujer una consecuencia automática del triunfo de una revolución, sino una forma nueva, y por primera vez de verdad total, de subvertir el orden existente, que no sólo es capitalista, sino patriarcal y racista (además de especista y otras cuantas categorías más). Esas bases teóricas del feminismo que hoy nos parecen eso, básicas, las pusieron unas mujeres que primero se jugaron la libertad frente a la dictadura y después tuvieron que jugarse todavía su credibilidad intelectual (se burlaban de ellas) y hasta su propia estabilidad emocional frente a sus compañeros hombres. Esas mujeres fueron imprescindibles y yo creo que nos ha faltado hacerles un mínimo homenaje. Se nos van a morir de viejas sin que les hayamos dado un gracias consciente y colectivo por su valentía y su clarividencia.
LAS MAESTRAS DE LAS QUE YO APRENDÍ (QUE RONDABAN LOS 40 CUANDO YO TENÍA 20, GENTE COMO EMPAR PINEDA, MONTSE OLIVÁN, JUSTA MONTERO Y TANTAS OTRAS…) ALUMBRARON UN FEMINISMO LÚCIDO.
¿Qué haría el Comando Malva en tiempos de pandemia?¿Cómo se pueden estrechar lazos feministas o crear alianzas desde las redes / en la lejanía / en tiempos de confinamiento?
El Comando Malva es incapaz de quedarse inactivo, esté en la calle o en casa. Ya lo hemos visto clamar en las redes contra quienes, durante el confinamiento, compraban objetos poniendo en riesgo la salud de quienes entregaban los paquetes. El Comando Malva ha publicado en las redes que se avergüenza cuando alguien compra su historia a través de plataformas on line que no sean estrictamente las de las librerías pequeñas, independientes y comprometidas. Y en lo referente a las alianzas entre mujeres, yo creo que gracias a las redes se han estrechado durante la pandemia, y mucho más de lo que ahora somos capaces de atisbar. Por lo pronto, las mujeres han leído mucho más durante la larga reclusión, y que una mujer lea es el peor peligro al que se enfrenta este sistema. Las consecuencias de tanta lectura las iremos viendo en adelante. El movimiento feminista ha crecido estos meses en la casa metido como crece una larva en su crisálida. Y se verá.
Tanto en Comando Malva como en Violación y Venganza tratas el tema de las herencias. ¿se deberían abolir?
Pues depende de la cuantía de la herencia, en primer lugar. Los impuestos que la graven deben ser especialmente progresivos y partir de cero hasta alcanzar un punto que haga desaparecer las grandes fortunas. Pero el problema de la herencia no es sólo la cuantía, sino la naturaleza de los bienes que se heredan. Por eso, y con todo lo comunista que soy, creo que legislar sobre la herencia requiere entrar en una pormenorizada casuística (y divertida, probablemente), y que no debería, por tanto, abolirse de forma general, sino ponderada. Me explico mejor con algunos ejemplos que espero que os hagan gracia. ¿Puede una madre dejarle en herencia a su hija, sin pagar impuestos, la casa en la que ha vivido con todos los muebles y recuerdos de su familia? Pues sí. Pero sólo una casa, no siete. ¿Puede entonces la duquesa de Alba dejarle a su hija el Palacio de Liria? Pues con todo lo comunista que soy, insisto, tengo que volver a responder que sí, porque no lo valoraría por su precio de mercado, sino por ser la casa de su familia. Pero sólo un palacio, no trece, ni un palacio para cada hijo; y siempre con la prohibición de venderlo o de transformarlo en un hotel de lujo porque forma parte del patrimonio nacional; si quiere desprenderse de él, o no puede mantenerlo en condiciones, tendrá que cederlo a Patrimonio. ¿Y puede una abuela dejarle a su nieta el retrato de su tatarabuela? Pues claro que puede. ¿Puede entonces la duquesa de Alba dejar en herencia a una nieta un cuadro de Goya valorado en quince fortunas? Pues claro que puede también; una finca no, tendrá que pagar un impuesto altísimo, casi con valor expropiatorio, porque el campo no es recuerdo de familia, pero ese cuadro de Goya no deja de ser el retrato de una parienta suya que le pertenece a ella tanto como una triste foto en blanco y negro de mi abuela me pertenece a mí. Ella no tiene la culpa de que Goya se hiciera famoso. No podrá venderlo, eso sí que no, y probablemente legislaremos para que tenga que conceder acceso a gente estudiosa que quiera ir a analizarlo, pero si quiere tenerlo en su salón…
Es verdad que en mis obras aparecen las herencias porque es un asunto político que me preocupa y porque pasé mi adolescencia en un pueblo y en los pueblos, a diferencia de en las ciudades, las herencias se conocen y dan mucho juego… Son un tema muy novelesco, muy de novelón. Descubren tramas enteras y son un buen reactivo para identificar tipos de alma. En Violación y Venganza se dice también que las herencias son un problema de ricos, pero no es del todo cierto. Conozco una historia en la que una cómoda y un conjunto de sábanas bordadas que tenía dentro de sus cajones desencadenó un furibundo odio familiar que dura desde que me yo me enteré, cuando tenía unos quince años, hasta ahora mismo.
En tu obra reflexionas sobre la violencia, sobre qué es y qué no es violencia, sobre la legitimidad de la violencia… Por qué te preocupa este tema? ¿crees que es un tabú la violencia para el movimiento feminista?
Me siento incapaz de responder a esta pregunta en pocas palabras porque hacerlo me ha llevado mucho tiempo, mucho estudio y todo el trabajo narrativo que he hecho en mis dos últimas novelas: Comando Malva y Violación y Venganza. Esas dos novelas tienen la violencia como asunto de base. En la novela gráfica enfoco la reflexión sobre la violencia desde el feminismo, y digo, sí, entre otras cosas, que es un debate que no hemos tenido todavía con la profundidad que se merece. Y en Violación y Venganza, la violencia es una constante en toda la novela, en sus 800 páginas; la violencia en su dimensión mal considerada privada y la violencia conscientemente política de un grupo clandestino como el GGD (Grupo para la Globalización de la Destrucción), que no atenta contra las personas, sino contra los bosques de los países ricos, que no tienen derecho a conservar lo propio mientras destruyen los bosques de los países pobres de África, de Asia o de la Amazonia… Especialmente las mujeres deberíamos debatir mucho antes de abrazar la idea esencialista que el patriarcado ha impuesto sobre nosotras según la cual somos antiviolencia «por naturaleza». Los hombres nos han negado el derecho a la ira de la manera más eficaz que se conoce: convenciéndonos de que nos es ajena. La ira es, en un hombre, signo de virilidad y valentía, y, si está justificada, es hasta una cuestión de honor. En las mujeres, sin embargo, la ira es sólo histerismo, mera locura.
LA IRA ES, EN UN HOMBRE, SIGNO DE VIRILIDAD Y VALENTÍA, Y, SI ESTÁ JUSTIFICADA, ES HASTA UNA CUESTIÓN DE HONOR. EN LAS MUJERES, SIN EMBARGO, LA IRA ES SÓLO HISTERISMO, MERA LOCURA.
En tus obras literarias las mujeres se enfadan muy poco entre ellas, apenas tienen conflictos. ¿es una decisión consciente?
Sí, es una reflexión consciente la de tratar de romper la imagen ideológica que de las mujeres ha venido dando la narrativa patriarcal. La amistad entre mujeres no sólo no existe, sino que es (por su naturaleza de competidoras entre sí por los hombres y de protectoras de sus criaturas frente a las de otras) imposible. Son malas, envidiosas, no toleran los éxitos de las demás (los de los hombres sí, pero los de sus iguales no), son falsas entre ellas, se despellejan… Para muestra, las palabras, no de un machista cishetero reconocido, sino las de un gay muy respetado, Oscar Wilde, sobre las que hice un largo hilo en tuiter: «las mujeres sólo se llaman una a otra hermana después de haberse llamado muchísimas otras cosas»
Hasta que las mujeres no han tenido acceso a la enseñanza pública y han empezado a escribir libros y guiones de películas, no hemos podido ver por fin otros referentes que resquebrajan esa imagen tan ideologizada y poco inocente de las mujeres que han proyectado los hombres para asegurarse su prevalencia. Para ver mujeres que se tiran de los pelos delante de dos pistoleros que sí son amigos de verdad y que se ríen excitados al verlas tan rabiosas como poco efectivas en su combate, tenemos la historia entera del cine y de la literatura. Sin embargo, las mujeres que yo retrato son letales cuando pelean; especialmente cuando pelean contra algún hombre, cierto, pero lo son también cuando pelean contra una mujer. Y sí que hay algún caso hay en mis novelas de mujeres que se pelean. Mirad si no, en Violación y Venganza, el enfrentamiento que tiene la astuta Filomela adolescente con la supermonja lesbiana, oportunista y manipuladora del convento en el que están internas ella y su hermana Progne. La madre Mariajosé de V y V tiene tela. Y la lucha entre ellas, a pesar de lo joven que es Filomela, no tiene nada de inocente; no es física, no se tocan en ningún momento (que parece que nosotras sólo sabemos sacar las uñas para arañarnos la cara), pero es brutal. Y, por cierto, de curas sí, pero de monjas lesbianas amantes de jovencitas no hay muchos ejemplos en la literatura…
NEREA CAMPOS Y ALBA PÉREZ